No hay descubrimiento cuando ya aquí estamos jaya’os

Llevo días pensando en qué significa para mi ser puertorriqueña. Sí, todo vino a raíz del mal nombrado ‘descubrimiento’ y la glorificación de la Conquista española que siempre trae enredá la fecha que se conmemora hoy.

Y escribo que se ‘conmemora’ porque el 14% Taíno y 17% africano de mi ADN no me premiten usar la palabra ‘celebra’ sin que se me atragante un poquito.

Sírvanse el café que esto es largo.

Soy puertorriqueña; sin lugar a dudas y con mucha alegría. Riopedrense -no sanjuanera- antes que nada y ya trujillana por adopción. Soy antillana y caribeña. Latinoamericana. Hispanoamericana también.

Americana. Pero de esa América que va desde Alaska hasta Tierra del Fuego. No solo de la que trata de controlar al planeta entero desde esas hermosas regiones entre México y Canadá.

Ciudadana estadounidense también, no hay forma de negarlo; vivo entre la dicotomía del malsabor de no tener opción y el disfrute de la libertad de movimiento que me ofrece. Esa es la que hay. Al menos por ahora.

Pero ser puertorriqueña no solo es geografía, también es ser un eslabón en la cadena de nuestro linaje ancestral. Todos sabemos el cuento de las tres razas: somos fruto de la unión -consentida o forzada- del ‘bravo’ conquistador europeo blanco, el ‘manso’ indio Taíno desplazado hasta casi desaparecer y el ‘fuerte’ negro africano secuestrado de su tierra para ser esclavizado y su humanidad negada.

Así llegamos al puertorriqueño contemporáneo; mestizo, criollo, sambo, pardo, mezcla’o y sato. Raramente ‘puro’ pero tantas veces vergonzosamente ansiando el blanqueamiento de su raza pa’ parecerse al colonizador. Pa’ que lo dejen entrar a la casa grande por la puerta ancha y servirse con la cuchara honda.

La campaña de Discover Puerto Rico con la imagen de la mujer caucásica junto a sus hijos en la playa me ha dado aún más que pensar sobre la puertorriqueñidad y la blancura.

Sabrán que no es por lo rubio platinado de los modelos, eso es mercadeo 101 pa’ que los canitos de allá se visualicen achicharránose como langostas bajo el inclemente sol tropical y vengan pa’cá, sino por el eslogan de ‘Living Boricua’. Uff.

Living boricua. Yisuscraist. Es que ahí hay tanto ‘tu onpac’.

Porque pa’ mi que ser puertorriqueño no es lo mismo que ser boricua. Uno es un feliz accidente geográfico, el otro es un ‘state of being’, una idiosincracia que no siempre es livianita de llevar enredá en el ADN.

Yo sé que los de la agencia lo que pensaron fue en salsa, guayaberas, bacalítos, sombreros de ala ancha y arena. Ai guerit. Pero no. ¡No!

Eso de ‘Living boricua’ en este momento histórico viene con sabor a colonia. Me güele a desplazo, ley 20/22 y gentrificación. Digo, porque la experiencia de ‘living boricua’ no es la misma en Condado o Dorado que en Orocovis o Guayama.

Living boricua entre los de arriba y los del Norte es una chulería. El paraíso tropical.

Una Medalla en la playa junto a una piña colada en Barrachina para los turistas o un mojito hecho con Bacardí en Santaella para los oligarcas locales y ya, vivieron la ‘experiencia’. Mas ná. Con eso les da.

Solo requiere transitar brevemente por las calles destruídas y mal alumbradas de la isla y tener la buena suerte de no sufrir un accidente que les haga intersecar con nuestro sistema de salud colapsado.

Ahora, el ‘living boricua’ pa’ los puertorriqueños sin conexiones y de carro viejito estartala’o son otros $20.

‘Living boricua’ es tener las velas, linternas, cuanto gadget solar, estufita, gas, gasolina y planta pa’ cuando se vaya la luz. Es pelear con el Departamento de Educación para obtener lo mínimo para nuestros niños. Es salir a las 4:30 am de Arecibo pa’ trabajar en Hato Rey rogando no dejar el tren delantero en el camino.

Living boricua es tener que ‘aprender a vivir’ con lo que trajo el barco. Lo llevamos practicando desde los tiempos de España con sus infrecuentes galeones comerciales que nos obligaban a empatar la pelea con lo que el corsario nos ofreciera de contrabando.

Quinientos años y seguimos en las mismas, boricuas y puertorriqueños, ahora vivimos con lo que las leyes de cabotaje del colonizador nos permitan recibir y la inflación nos deje comprar.

Nada, podría seguir pero es que no tengo 2¢ que ofrecer como conclusión definitiva de mi puertorriqueñidad.

Porque después de darle muchas vueltas solo se me ocurre que la esencia de ser puertorriqeño no es solo una experiencia colectiva, al final acaba siendo individual y vivencial. Es como la raza o el género, cuestión de identidad. Es lo que uno haga de ella y con ella.

Pero pa’ mi que todo está en las batallas que una escoja luchar.

Como boricua y puertorriqueña, escojo ejercer mi identifad isleña uniéndome a todos los que estamos determinados a ocupar un espacio en el terruño y a no permitir que nadie nos saque de él.

Colón, al igual que ahora hacen Brock y Logan, rehusó a aceptar que aquí ya vivía gente. Y sí, el ‘descubrimiento’ era de ellos, por ignorantes. Entoces pudieron, ahora no podrán.

Ya nosotros estamos aquí. Aquí vive gente…. Nadie tiene que descubrirnos porque bien ’jaya’os’ que ya estabamos entonces y continuamos estando ahora.

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