El rinconcito sagrado

Entre tantas noticias de inundaciones, desalojos, deslizaminetos, gente que lo ha perdido todo o que han quedado incomunicados, a mi se me estruja el corazón.

Amanecí sin ganas de enterarme por las redes de cualquier nueva desgracia acontecida, así que no me voy a poner a comentar noticias ni a mandar a nadie al carajo.

Hoy necesito anidar. Si quieren tomarse un café conmigo en esta mañanita dominical fresca, húmeda y soplá, sírvanselo porque vamos pa’ largo.

Es que no hay nada como estar en casa y que esa casa sea un hogar, y que en ese hogar haya un rincón que sea de uno. Perderlo tiene que ser devastador, y no solo por lo material, sino por no tener ese ‘grounding’ que nos da el saber que tenemos nuestro lugar en el mundo.

Hace unas semanas fui a un taller donde entre muchas otras cosas, se discutía la importancia de tener en la casa, aunque sea una esquinta que fuese propia; un espacio donde encontrarse con uno mismo y que se convirtiera en un altar para reconectarse con el Ser.

Las mujeres allí presentes describieron sus espacios: un sillón junto a una mesita con las fotos de su familia, una tablilla con sus imágenes religiosas, una habitación dedicada al silencio, un clóset en la oficina….en fin, cada cual tenía algo diferente.

Yo no tenía uno como tal y me puse a buscar por internet -en ese absurdo y vano afán de Pinterestear todo para alcanzar esa falsa ilusión de perfección estética- y encontré un relato que me impresionó y me devolvió a mi Ser. Fue el de una joven que estaba hospedándose sin tener un hogar fijo y que por tanto le era imposible tener un sitio dedicado para meditar/orar, tampoco tenía objetos que ella considerara sagrados o significativos, los había perdido todos.

¿Su solución? Un cojincito rojo y una estola/pashmina.

La chica se sienta en el piso sobre su cojín, se cubre con su estola y convierte el sitio donde esté en su templo. Tan sencillo y poderoso como eso.

Desistí de mi búsqueda para ‘construirme’ un altar perfecto. Respiré y caí en cuenta. No me hace falta altar. ¡Si es que ya lo tengo! Es más, en realidad tengo dos.

El primero, aunque es compartido con quien esté en mi casa, es mi cocina. Ahí es donde pongo mi musiquita, doy rienda suelta a mi creatividad y ocurre toda la magia que tranforma ingredientes en cositas sabrosas que alimentan el cuerpo y el espíritu. Pura sinergía y alquimia.

El segundo es mi patio. Específicamente mi silla en la esquina más apartada del patio, junto a las fuentes que me traje de casa de mami y que no puedo ni mover mucho porque va y se me desgranan, bajo la pérgola que me da sombra, con la gata a mis pies y donde escucho el ruido del agua y los wind chimes que me rodean.

Es aquí donde escribo, medito, leo, pienso, conecto y recargo. ¿Qué mas va a hecerme falta si ya lo tengo todo? Ni 2¢ son necesarios para darme cuenta de que ya soy feliz y vivo en abundancia.

En este bendecido domingo sentémonos todos sobre ese ‘cojín rojo’, donde quiera que esté, y demos gracias por lo que tenemos sin olvidarnos de hacer algo por quienes no.

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