Gracias Irvin

Una de las mujeres que forjó mi vida fue la vecina. Una cubanaza que era pura chispa y pasión, tan intensa que juraría que a su alrededor hasta el aire vibraba. Todo lo que hacía lo hacía con ganas y cuando iba, iba con todo.

Hoy es otro día sentimental y no mando al carajo a nadie al final, ‘sou fil fri tu esquip’.

Conocí a la vecina cuando se casó con uno de los mejores amigos de mi papá, tenían una hermandad al punto decidieron comprar casas juntos para ser vecinos. Yo tendría como siete años para entonces y pensaba que ella era la epítome de la mujer moderna chic.

La historia de la vecina fue como para escribir novelas. Se fue de Cuba de pequeña y luego regresó para ser parte de la revolución. Fue militante apasionada y de armas tomadas (aunque no disparadas); no conocía otra forma de ser.

Hasta que llegó el inevitable punto en que se dio cuenta de que todos los ídolos tienen pies de barro y que una cosa es la teoría y otra muy diferente la práctica. Entonces logró volver a salir de la isla y llegó a Puerto Rico.

Dejó a Cuba amando la patria y odiando al régimen con la misma pasión.

Hasta mi adolescencia vivimos en comuna. Yo andaba pa’rriba y pa’bajo con la vecina; me apuntaba hasta para ir al correo o a buscar los buckets de Kentucky y las palanganas de arroz chino que tantas veces era lo que se cenaba los viernes cuando todo el mundo estaba escriquilla’o.

Ella tenía un Datsun viejo, verde chatré y apodado ‘El Piti’. Estaba escarranchaíto, pero tenía un tocador de 8-Track. ¿El problema? Aparte de que prendía cuando le daba la gana, pues era que se había quedado uno de los cassettes grandísimos aquellos estoquia’os y solo un álbum se escuchaba en el carro: La Muralla de Haciendo Punto en Otro Son.

Todavía me lo sé completito y en orden.

Llegábamos a la casa con la comida comprada y comenzaba el jelengue. Los adultos se servían las ‘Mentiritas’ -porque jamás se le llamaban Cuba Libres- y se ponía música. Se empezaba con Top 40’s hasta que entonaban. Ya para el segundo palo se cambiaba a música más bailable.

La vecina le sometía a todos los géneros- salsa, son, merengue, rockanrol y jive- como si fuera a audicionar para Dancing with the Stars, al menos mientras la espalda le aguantara. Pero ya cuando el mood se ponía más mellow, quizás allá para el cuarto palo de la noche, se acababa el bailoteo y la pegaba duro la nostalgia que siente todo exiliado por su patria.

Así fue como conocí a todos los exponentes de la Nueva Canción latinoamericana. Roy, Pablo, Mercedes y tantos otros, pero Haciendo Punto siempre fue el preferido de ella y por tanto, el mío.

La verdad es que yo no entendía como alguien que decía ser republicana estadista raja tabla y a quien todo lo que le sonara a comunismo o socialismo era anatema, podía amar tanto aquella música maravillosa donde se hablaba de justicia social y de la lucha de pueblo contra el opresor. Pero sí. Así era.

Somos seres multidimensionales, pa’ no decir complica’os.

Con la vecina y con Haciendo Punto de fondo, aprendí que una cosa es un país y otra su gobierno. Que una cosa es el pueblo y otra el político que dice representarlo. Pero sobre todo, a que quien no ama a su patria no puede amar ni a su propia madre.

Ayer murió Irvin García, uno de los integrantes de Haciendo Punto en Otro Son y a la generación que me antecede y a la mía se nos fue otro cantito de nuestra historia.

Mis 2¢ para los que se han ido: podrán transicionar del cuerpo hacia el infinito pero nunca partirán de nuestra memoria colectiva.

A ellos y a los que nos quedan. ¡Gracias por tanto! Estamos en deuda.

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