Mi tía Esther
Hoy voy a hablarles de mi tía Esther, quien junto a mi mamá y mi abuela, fue uno de los tres pilares sobre los que construí mi vida y cuya mano pude sostener ayer mientras el Aliento Divino que nos anima a todos trascendía de su cuerpo para regresar a la Creación.
Esther fue una mujer fuerte, inteligente, práctica, determinada, atrevida, íntegra, de fe inquebrantable, feminista innata, solidaria hasta las últimas consecuencias y poseedora de una sabiduría inigualable producto de su autenticidad.
Si tuviese que escoger una sola palabra para describir a Esther sería esa: auténtica.
Una mujer que se conocía a si misma y vivía tan conectada con sus pensamientos y valores que llevaba su esencia a flor de piel. Transparente y amorosamente honesta. Aún cuando demostrar ese amor con hechos no fuese fácil.
Especialmente cuando ese amor hay que convertirlo en verbo, requiriendo acción y valentía para ponerlo en práctica.
Mis padres se divorciaron antes de yo cumplir los dos años. Mi papá se fue a Estados Unidos y yo no volví a tener contacto con él por mucho tiempo. La única razón por la cual yo mantuve relación con mi familia paterna, fue por mi tía, Esther. la hermana de mi padre.
Fue ella quien me llevó regularmente a visitar mis abuelos, a compartir con mis primos, a pasar el día en su trabajo y siempre me incluía en cuanto embeleco familiar se inventaba; que no eran pocos.
Ella Me regaló una familia. Para ser precisa, me regaló dos.
Fue ella me quien me mantuvo anclada a mi familia biológica pero también fue quien negoció con su hermano para que se diera mi adopción legal a la familia del segundo esposo de mi mamá y padre de mis hermanos.
Mayor ejemplo de desprendimiento no se me ocurre.
Pero su impacto fue mucho más allá de mantener vivos los lazos familiares. Con su ejemplo me enseño a vivir la vida en todos sus aspectos.
Trabajó con pasión y orgullo hasta su retiro. Se sobrepuso con templanza y fé a la pérdida de padres, esposo e hijo.
Cuando le tocó dejar su casa en Puerto Rico pasados sus ochenta años para vivir junto a sus hijas en Atlanta, lo hizo con tal gusto, alegría y valentía que logró forjarse una nueva vida plena y feliz en su nuevo hogar. Se apuntó a cuanta clase de arte, grupo de la iglesia, sesión de acuaeróbicos y oportunidad de voluntariado que se le cruzó por el frente y se rodeó de nuevas amistades.
Verla florecer en es nuevo campo me quitó el miedo a envejecer.
Esther me enseñó a que aunque las cosas nunca son en blanco y negro, el corazón siempre sabe siempre sabe lo que está bien y lo que no. Que el amor es firme y valiente. Que persevera y no claudica. Que no se distrae con pequeñeces sino que mantiene su rumbo y propósito.
Si tuviera que escoger una de las tantas lecciones que mi tía me regaló creo que sería esta: no siempre ser ‘buena’ es lo correcto ni la mejor opción. Hay veces que para ser justa y feliz, una tiene que hacer el papel de la ‘mala’ o ‘la dificil’ y no el de la ‘santa sufrida que lo entrega todo hasta que no queda nada de si misma’.
Pero fue ella misma quien resumió su legado el día antes de partir. Cuando el equipo médico de hospicio llegó a presentarse e informarnos que la iban a trasladar a su área y en uno de sus últimos momentos de lucidez nos sonrió a todos en la habitación y dijo: ‘lo más importante de todo es el amor’.
Así que hoy no los dejo con mis 2¢, sino con la peseta de ella: los vaivenes de la vida no tienen relevancia, lo único que importa al final, es el amor.
Ahora vayan y abracen a sus viejitos.